RIESGOS INNECESARIOS

 

Cuentan que había una vez un hombre que trabajaba en un pequeño pueblo interior de un lejano país. Había conseguido ese trabajo, un puesto muy codiciado, a pesar de que él vivía en una aldea vecina al otro lado del monte.

 

Cada día, el hombre se despertaba en su pequeña casa en la que vivía solo, preparaba sus cosas y salía por el sendero para caminar durante tres horas que le llevaba llegar a su trabajo.

 

No había otra manera de llegar que no fuera caminando a través del monte.

 

El ritual se repetía al anochecer en dirección contraria, hasta que el hombre llegaba a su casa rendido, y apenas tenía tiempo para cocinarse alguna cosa y dormir hasta la madrugada del día siguiente.

 

Así durante cuarenta años…

 

Una mañana, al llegar al pueblo, casi sin haberlo pensado, se acerca a su jefe para decirle que va a dejar su trabajo. Le dice que ya no tiene edad de semejante caminata dos veces al día, que lo ha hecho durante cuarenta años y ya no quiere hacerlo más…

 

El jefe, mucho más joven que él, le pregunta con genuina curiosidad por qué, en cuarenta años, no se ha mudado de pueblo…

 

El trabajador, baja la cabeza y contesta:

 

– Lo pensé… Pero como no sabía si el trabajo iba a durar… ¡No quise correr riesgos innecesarios!

 

 

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